miércoles, 4 de noviembre de 2009

Vivir con la ley K Por Silvina Walger



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Dicen que Birmania, Corea del Norte y la Rusia de Putin -lugares que sobreviven con apenas prensa y donde lo que prima es la televisión- nos envidian. En cualquiera de estos países (y algún otro que se me escapa), es tal la diferencia entre ambos relatos (el escrito y el oral) que los que osan aventurar alguna comparación corren el riesgo de padecer los primeros síntomas de esquizofrenia. Pero de ahora en más, en la Argentina de la ley K (me niego a llamarla "de servicios", parece que aludiera al estado de los baños de la Nación), ni la radio ni la televisión nos permitirá conocer el estado anímico del país. Aunque el relato que nos brindaban no fuera el más parecido a la realidad, los periodistas que se encargarán de difundirlo ya no provendrán de Ciencias de la Comunicación, una pretenciosa carrera que estaba claramente demás, sino de la licenciatura en "Happiness" (Alegría) que dicta el Comfer de Mariotto.

Tampoco habrá periodistas sino empleados del estado que han recibido la venia K. El entusiasmo que se verán obligados a poner para contarnos cuantas casas se acaban de entregar o los caminos que se pavimentaron en el conurbano, o los que se pavimentarán (los anuncios ambiguos son una especialidad presidencial), es sumamente contagioso y hasta parecería verídico, si no supiéramos de los jugosos emolumentos que estos voluntarios de la algarabía recibirán a fin de mes.

Y pensar que a todo esto nos llevó Clarín el día que Néstor se levantó atormentado y encontró una tapa que no lo favorecía. Por eso en cuanto la ley de "servicios" comience a funcionar (esperemos que con la misma eficacia que la cadena nacional), quizá en las tapas del principal matutino abunden fotos de Cristina, con o sin extensiones, con o sin henna, flequillo u otras coquetas metamorfosis. No solo nos explicará lo bien que estamos situados en el mundo sino que abundará en anécdotas sobre cómo logró ahuyentar a los fusilamientos mediáticos, recuperar los goles secuestrados, homenajear a Dorrego y comparar el holocausto con Etchecolatz. Mientras, igual que antes de la ley, seguirá anunciando obras que no se concretan. Como ocurrió con el tren bala. En cambio las fotografías de dos de las principales féminas del universo K, Alicia Kirchner y Diana Conti, esta última una semi-medusa de barrio, de flequillo recargado y ojera combatiente, habrán perdido mucho protagonismo mediático (que no de poder). No se sabe si por las extensiones -demasiado obvias- de la primera, o por los pequeñísimos implantes de la segunda.

Una de las promesas de la nueva ley es que habrá más pluralismo. Pero este pluralismo, el de hoy y el que oigo a la mañana, ya estaba antes de todo este desmadre. Los noticieros de los varios canales de la Capital no dicen lo mismo pese a la insistencia de los empleados del programa 678 de canal 7.

Si antes la cadena nacional (una debilidad de la señora de Kirchner) irrumpía al punto de demorar un partido de fútbol, ahora lo hace en cualquier momento y para cualquier banalidad. Un día nos va a contar que además de pavimentar se acaba de comprar otra cartera Vuitton.

La radio de las Madres no se compara con la mesurada radio Continental (pese a la borocotización de algunos periodistas). Ellas prefieren hacer la apología de las FARC, esas monadas colombianas que no le hacen ascos a despellejarte. Sin mencionar Página 12, o el grupo de Sergio Spolsky que incluso alberga columnistas que no siempre coinciden con los K. También tienen a Télam, en manos del sinuoso Granovsky, que no autoriza una línea que no tenga el OK del Kremlin criollo.

En una palabra, diversidad no faltaba y tampoco las loas del caso. Entonces, ¿qué querían? Algo muy simple, les faltaba el control total de los medios. Una "ley mordaza", como la definió el diario El País de Madrid. La mejor manera de quitarle la licencia al que se anime a contar los aviones que amueblan El Calafate.

Otra de las promesas de la pareja es que habrá, o habría, más empleo. Es cierto, parece que hay más, pero para los amigos, para los que no contradigan y apoyen. Prueba de esto fue lo que ocurrió con un panelista de 678 -otro borocotizado- que, cuando le comentaron que en Clarín muchos podrían perder el trabajo, respondió sin complejos: "Cuando cerraron Auschwitz, los torturadores también se quedaron sin trabajo". Pobres.

Las comunidades ya tienen sus emisoras y la más entretenida, la recomiendo, es la de la compañera Milagro Sala, una especie Moria Casán pobre y que con los millones que la tía Alicia le gira los tiene al trote en Jujuy y, si no, preguntarle al senador Morales.

Ese gran periodista que es Jon Lee Anderson dijo una vez: "En nuestro oficio nos vemos envueltos muchas veces en una pugna con las autoridades, una pugna que a veces es mucho más fuerte que nosotros y que puede incluir la violencia. La única arma del periodista es la palabra y esta tiene que ser sincera e independiente". Temo que la Argentina ha ingresado en ese período, pero no en una lucha de pobres contra ricos, sino en una de los que contra viento y marea desean apropiarse del poder para sus propios proyectos.

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