lunes, 31 de agosto de 2009

Que es el Fetichismo


Secret Identity, el lado obscuro de Joe Shuster

Extractado y ampliado de "Sexualidad en la pareja" (Sapetti - Rosenzvaig, Editorial Galerna, 1987)

“Procúrame un pañuelo de su seno,
una liga para el amor que siento”
Goethe (Fausto)

Fito, 28 años: ¿Cuáles son las causas del fetichismo?

Patricia, 23 años: ¿Existe el fetichismo en las mujeres?

Darío, 19 años: ¿Entre los animales existe el fetichismo?

Lucio, 30 años: ¿Excitarse con una bombacha es una conducta enferma?

Este término deriva de Fetiche (del portugués fetiço: hechizo) que alude a un ídolo u objeto de culto, de ciertos pueblos primitivos. A este objeto, al fetiche, se le atribuían propiedades mágicas derivadas de un dios o de determinada persona. En el área sexual el fetiche es algo que se necesita de la compañera (esta es una parafilia conocida en varones) para alcanzar el goce sexual y nos habla de la vinculación erótica con un objeto inanimado o una parte del ser amado: bombachas, medias, ligas, pieles, los pies, mechones de cabello, zapatos.
Algo de fetichistas tenemos todos cuando nos gustan las mujeres rubias o las de piernas torneadas y con mirada lánguida, o las morochas bajitas con aire de femme fatale; o las mujeres que usan botas de cuero o zapatos con taco aguja, o con portaligas o con determinado corpiño, y a todas esas características les atribuimos la posibilidad del placer. Esto tiene que ver con una cultura que parcializa el cuerpo femenino, confundiendo la parte con el todo (pars pro toto): si tiene mejores nalgas será más ardiente, si posee senos prominentes nos deparará, seguro, mayor felicidad en el lecho (“La belleza es una promesa de felicidad”, afirmaba Stendhal).
Los varones han sucumbido fácilmente a estos valores ilusorios que, por otra parte, cambian según las modas y costumbres imperantes. Otra vez la mujer es mostrada como una muñequita de lujo y no como una persona íntegra con igual dosis de sensibilidad, talento e inteligencia. Pero, en un sentido estricto, el fetichista necesita exclusivamente de una determinada condición u objeto para gozar del sexo, a veces acompañado por una mujer y otras a solas con prácticas masturbatorias.
Como decíamos antes el fetichista suele buscar un objeto de la mujer o varón deseados (ropa, mechón de cabellos, una joya, una pantufla) y por ese excluyente intermedio halla un placer solitario. Otras busca una pareja con una característica determinada para satisfacerse, por ejemplo que sea excesivamente gorda o con rasgos masculinos (o femeninos, según la preferencia sexual), incluso con defectos físicos, o la hace vestir con determinadas prendas. De no ser así no logra satisfacerse ni llegar al orgasmo, y esto es lo que le da un rasgo esencial al fetichismo: la necesidad imprescindible de ese rasgo u objeto, llevado al punto de una obsesión, para la meta sexual.

Freud nos habla en estos casos de "una sustitución inapropiada del objeto sexual donde la meta normal está reemplazada por algo que guarda relación con ella. El sustituto es, en general, una parte del cuerpo habitualmente poco apropiada a un fin sexual (los cabellos, el pie) o un objeto que mantiene una relación demostrable con la persona, preferiblemente con la sexualidad de ésta (prenda de vestir)". "No sin acierto", nos sigue diciendo Freud, "se ha comparado este sustituto con el fetiche en que el salvaje ve encarnado a su dios". Lo que se podrán preguntar los lectores es por qué se elige cierto objeto y no otro, y el psicoanálisis lo remite a una impresión sexual de la primera infancia: "siempre se vuelve a los primeros amores", nos recuerda Freud. El objeto sería así un recuerdo encubridor que nos oculta el verdadero deseo del fetichista. Aquí el psicoanálisis nos refiere una cierta simbología, que se podrá o no compartir, cuando por ejemplo nos equipara el pie como símbolo sexual arcaico, fálico, cosa que se ve en los mitos y en las estatuas que representan a dioses unipedes (con un pie) relacionados con el culto de la fertilidad; a las pieles o cabellos que deberían su cualidad de fetiche por asociación con la formación pilosa del monte de Venus; los zapatos y pantuflas como símbolos de los genitales femeninos.

Para el padre del psicoanálisis la preferencia fetichista por un pie se deriva de la sexualidad infantil: el pie reemplazaría al pene que la mujer no posee, y nos agrega que en muchos casos podía demostrarse que la necesidad imperiosa de ver los genitales de la madre, mirados desde abajo, quedó detenida en su camino por un mecanismo represivo y por eso retiene como fetiches al pie o a un zapato o la bombacha y en este proceso los genitales femeninos se imaginaron, de acuerdo con las expectativas del niño, como iguales a los que él posee. Aquí Freud hace intervenir la angustia de castración del varón, temática bastante compleja dentro del psicoanálisis, pero que resumiéndola de una manera simple nos dice que el objeto elegido como fetiche es un sustituto del pene (falo) de la madre en el que el varoncito ha creído y no quiere renunciar puesto que si la mujer, su madre, está castrada, su propia posesión del pene corre peligro. De esta manera, recuperando una y otra vez el fetiche, niega su ansiedad de castración.

Bastante razón tenía Freud cuando sostiene que "probablemente a ninguna persona del sexo masculino le es ahorrado el terror a la castración al ver los genitales femeninos".


Para muchos las teorías freudianas sobre la castración no tienen sustento y las descartan, sin embargo creemos que es algo que tiene un peso importante en la formación psicosexual del ser humano.

Dr. Adrián Sapetti
Autor de “El sexo y el varón de hoy” (Editorial Emecé)
Centro Médico Sexológico
TE: 4552-0389 / 4555-6865
Bs. As., Argentina

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